
Miguel Uribe Turbay era un objetivo codiciado en Colombia. Los autores intelectuales del atentado contra el precandidato y senador del Centro Democrático (CD) tenían claro el caos nacional y el terremoto político y judicial que provocaría dispararle a matar. Por eso, decidieron elegir a un menor de edad, con una historia de problemas familiares y adicciones, para usarlo como el arma perfecta.
Al menor, ‘la vuelta’ le significaba una sentencia de muerte. Tras descargar los tiros de la temible Glock sobre el líder político, lo más lógico habría sido un tiro de vuelta de su esquema de seguridad. Pero eso no fue lo que pasó. El joven está vivo y ha dicho que está dispuesto a contar lo que sabe. SEMANA conoció su testimonio.
Las declaraciones que entregó a la justicia fueron tan claras e impactantes que produjeron la primera captura de uno de sus cómplices y la identificación de otras personas que participaron en el atentado. Algunos de ellos estaban en el barrio Modelia, donde ocurrieron los hechos, y serán capturados en los próximos días.
El joven comenzó a cantar desde que lo capturaron ese sábado 7 de junio. En medio del fragor del momento, los gritos y la furia colectiva, el menor comenzó a gritar: “Yo les voy a dar los números. Déjenme levantar y déjenme darles los números. Si no me sueltan, necesito darles los números”.
No es lo único clave que se logra escuchar en los videos que grabaron de ese momento. El mismo presidente Gustavo Petro resaltó en un trino que “lo que habló en un video es que le ordenó el hecho la olla”. Esa sentencia que lanzó el joven sicario cuando fue atrapado, inmovilizado y tirado boca abajo en el piso, fue la pita que comenzaron a tirar los investigadores. El objetivo: llegar a la persona que le dio la orden y a sus posibles cómplices.
La diligencia judicial para recuperar el relato del menor se dividió en dos sesiones. La primera fue realizada en la unidad de cuidados intensivos (UCI) de la Clínica Colombia, a donde fue remitido.
El menor ratificó en primera instancia que quien lo buscó y lo contrató para esa ‘vuelta’ era a quien describió como “el patrón del barrio y el jefe de la olla”. Sin embargo, para continuar con su declaración fue claro en decir que era gente muy peligrosa y que necesitaba que protegieran a la que sería la única persona que le ha tendido la mano y se ha preocupado por él: su abuela.
Lo dijo con claridad: el jefe de la olla es quien manda en ese barrio y la podrían matar. Las autoridades actuaron en consecuencia. Esta semana, la fiscal Luz Adriana Camargo anunció: “Tenemos un primer avance, que tiene que ver con la inclusión de su familia en el programa de protección de testigos e intervinientes”. Con el ICBF, la entidad pidió un “internamiento preventivo” del menor para proteger su vida que, por el momento, será en el búnker de la Fiscalía. Para su familia, se habló de un eventual cambio de nombre, sostenimiento económico y reubicación.

Las medidas levantaron críticas entre quienes cuestionaron la excesiva protección del sicario, pero para las autoridades esa –hasta ahora– es la única forma de garantizar la verdad. “He ordenado que se le cuide al máximo, porque fue capturado relativamente bien, pero durante la captura fue golpeado violentamente por civiles y llegó a UCI… Tomé la decisión de reforzar completamente la seguridad de ese muchacho, porque es de donde nos podemos agarrar”, dijo Petro, quien enfatizó que claramente él es la vía para llegar al autor intelectual.
Tras esos anuncios, el joven comenzó a hablar. Entregó la ubicación, nombres, apodos y cómo opera esa organización criminal de la que él mismo formaba parte, pero no como gatillero. Según su explicación, era un consumidor habitual y trabajaba para “el patrón” como jíbaro. Lo que sí dejó claro es que él es de las pocas personas que han tenido acceso al jefe, pues aunque ratificó que es quien manda en el barrio, pocos lo conocen.
El menor contó que cuando el jefe de la olla lo abordó fue concreto, le dijo que lo necesitaba para hacerle ‘la vuelta’ a alguien y le ofreció 20 millones de pesos. A los investigadores les dijo que, para él, eso era mucho billete, por lo que aceptó de inmediato, sin saber a quién tenía que matar. Solo le advirtieron que estuviera listo para recibir las indicaciones, con la hora, el arma y el sitio para cometer el crimen.
Llegó el día y lo contactaron, le dieron indicaciones específicas para ubicarse en un lugar hasta donde llegó una moto a recogerlo. Llama la atención que era una moto contratada por una aplicación de transporte, de la cual incluso contó que el servicio ya estaba pagado. El joven asegura que no conocía al conductor que lo dejó en Modelia, occidente de Bogotá.
El patrón le había advertido que en el sitio había una gente que lo iba a estar esperando y que allá le iban a dar todas las instrucciones, incluso contó que le dijeron que no se preocupara porque ya todo estaba coordinado. Pero lo que concluyó después, y así se lo dijo a la Fiscalía, era que en el plan él iba a terminar muerto.
En ese punto en específico ahondaron los investigadores para preguntarle por qué tenía esa conclusión. La respuesta del menor, sin ambages, fue que porque lo dejaron solo en medio de la balacera y la persecución. “A mí me iban a matar en esa vuelta”, confesó el sicario.
El investigador le preguntó qué pasó con el dinero, los 20 millones de pesos prometidos. Y el menor aseguró que nunca le dieron la plata. El trato era pagarle luego de cometer el crimen. Hoy, el joven asegura que tiene claro que nunca le iban a dar esa plata porque consideraban que de esa no salía con vida. El menor, incluso, reconoció que se salvó de milagro y repitió, luego de un silencio, haciendo referencia al pago: “Tal vez no, a mí me iban a matar y me dejaron solo”.
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