El chavismo ha emprendido una remodelación interna con cambios importantes en su estructura. En el Palacio de Miraflores, la sede del Gobierno, cunde la sensación de que las elecciones presidenciales del 28 de julio han sido un fracaso, según varios mandos y analistas próximos al oficialismo. Principalmente, por dos cosas: ni se ganaron las elecciones -una afrenta por el odio que le profesan a María Corina Machado- ni se supo ocultar la derrota, después de que el CNE, la autoridad electoral, ni los altos mandos no hubieran ideado un plan b que enmascarase los verdaderos resultados. Nicolás Maduro, el presidente, se ajusta a esta nueva realidad, en la que su legitimidad está muy cuestionada, rodeándose de incondicionales, tanto en los ministerios como en los cuerpos policiales y las fuerzas armadas. Esa reestructuración no solo afecta a la cúpula, sino que se están produciendo movimientos en escalafones medios y bajos.
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