
A medida que las personas superan los 60 años, el cuerpo ya no responde igual a lo que antes funcionaba para mantener el nivel de energía, la movilidad o incluso la digestión.
Dormir ocho horas ayuda. Caminar también. Pero hay un hábito simple, cotidiano y muchas veces olvidado que, según la Clínica Mayo, puede marcar una gran diferencia: desayunar con proteína y fibra. Este cambio en la primera comida del día puede mejorar de forma real cómo se siente durante las siguientes horas.
La fibra alimentaria es un tipo de carbohidrato que, a diferencia del almidón o el azúcar, el cuerpo no puede digerir ni absorber. Según explicó Mayo Clinic: “La fibra incluye las partes de los alimentos en base a vegetales que el cuerpo no puede digerir ni absorber” y, a diferencia de otros nutrientes, “pasa relativamente intacta a través del estómago, el intestino delgado y el colon, y sale del cuerpo”.
Existen dos tipos de fibra: la fibra soluble, que “se disuelve en agua” y forma un gel en el estómago que ralentiza la digestión, y la fibra insoluble, que “no se diluye en el agua” y acelera el tránsito intestinal. Ambas cumplen funciones esenciales y están presentes en distintos alimentos.