Ciertamente se habla tanto de lo difícil que es obtener justicia, hemos vivido consolados por frases como «La justicia tarda pero llega», «Donde no hay justicia, no hay libertad” entre muchas que a los venezolanos nos sonaban como palabras huecas, vacías ,ya que nunca fuimos escuchados o al menos las instancias a las que hemos acudido nunca han sido suficientemente diligentes ante una crisis tan evidente y monumental como la de Venezuela.
Además, lo visto durante estos 12 años de exilio, en donde la injusticia se ha convertido en una carga insoportable ya que la narcodictadura ha despojado a millones de venezolanos de sus derechos más fundamentales. Acusaciones infundadas, detenciones arbitrarias y un clima de miedo constante han llevado a un 27% de la población, como yo, a buscar refugio en otras tierras, dejando atrás no solo un hogar, sino también la esperanza de un futuro mejor en nuestra patria.
Sin embargo en estos momentos prevalece la esperanza y no la impotencia ya que se ve luz por la hendijita que nos ilumina, nos alivia y mucho.
Es indiscutiblemente esperanzadora cualquier acción que destape la podredumbre que sembró el traidor mayor, hoy felizmente difunto, por décadas los venezolanos hemos denunciado la metamorfosis del chavismo en una maquinaria criminal, una estructura mafiosa que utiliza el ropaje de la revolución para delinquir a escala continental. Hoy con las recientes declaraciones de Álvaro Córdoba, hermano de la fallecida ex senadora colombiana Piedad Córdoba, se confirma lo que muchos hemos señalado con insistencia y por lo que tantos han sido perseguidos, silenciados o empujados al exilio. El chavismo ha sido, desde hace años una empresa delictiva que convirtió al Estado venezolano en un cartel de drogas con fachada política.
Álvaro Córdoba, actualmente preso en Estados Unidos por delitos de narcotráfico, ofreció un testimonio demoledor ante autoridades federales. No solo reconoció su participación en una operación criminal, sino que detalló, con nombre y apellido, la implicación del expresidente Hugo Chávez y de altos mandos militares venezolanos, los tristemente célebres miembros del llamado Cartel de los Soles en una red de exportación de cocaína hacia Estados Unidos. Según sus palabras, el difunto comandante Chávez fue un actor clave de esta organización criminal, operando durante años en coordinación con generales venezolanos y con la complicidad de las entonces activas FARC colombianas.
No se trata de una acusación ligera ni de un rumor periodístico, son declaraciones bajo juramento, obtenidas por el sistema judicial del país más poderoso del mundo. Córdoba no solo incriminó a Chávez, sino también a su hermana, Piedad Córdoba a quien identificó como parte del engranaje que enlazaba a la izquierda radical latinoamericana con los intereses más oscuros del narcotráfico. En sus propias palabras: “Yo no soy nada más que un indefenso e inofensivo actor menor en esta compleja red criminal”.
Esta afirmación no solo mancha, aún más el ya deteriorado legado de Hugo Chávez, sino que desnuda el verdadero rostro del chavismo, no fue nunca un proyecto de justicia social, sino una pantalla para encubrir una operación transnacional de drogas, corrupción y terrorismo. Las banderas del socialismo bolivariano sirvieron para justificar la destrucción institucional, el desmantelamiento de la democracia y la conversión de Venezuela en un narcoestado funcional.
Piedad Córdoba, quien hasta su muerte en 2024 negó cualquier nexo con la guerrilla o con actividades ilícitas, aparece ahora comprometida por la voz de su propio hermano. Durante años logró evadir investigaciones judiciales gracias a tecnicismos y vacíos legales como ocurrió con los computadores de alias Raúl Reyes, invalidados por presuntas fallas en la cadena de custodia. Sin embargo, documentos y reportes en poder de las autoridades estadounidenses, confirman que la senadora estuvo bajo vigilancia de las agencias antinarcóticos, precisamente por sus vínculos con Caracas y con la cúpula de las FARC.
Lejos de ser un agente de paz en Colombia, el chavismo fue siempre el brazo logístico de la insurgencia terrorista en Sudamérica, ofreciéndoles refugio, financiamiento y una plataforma ideológica que blanqueaba sus crímenes. El testimonio de Álvaro Córdoba no solo coincide con informes de inteligencia previos, sino que refuerza las denuncias hechas por desertores venezolanos y reportes de la DEA sobre cómo el Alto Mando Militar, bajo Chávez y luego bajo Nicolás Maduro, institucionalizó el narcotráfico como política de Estado.
La mal llamada “revolución bolivariana” ha dejado un rastro de sangre, miseria y muerte que se extiende mucho más allá de las fronteras venezolanas. La narcorevolución arrasó con la moral pública, corrompió a toda una generación de militares, destruyó la economía nacional y desencadenó una crisis humanitaria sin precedentes, empujando a millones de venezolanos al exilio forzado, aproximadamente 9.500.000 de venezolanos.
Y mientras el país se desangraba, la cúpula chavista se blindaba con el oro del Arco Minero, las rutas de cocaína y la complicidad internacional. Hoy siguen aferrados al poder a fuerza de represión, censura, manipulación electoral y alianzas con otros regímenes autoritarios.
El pasado miércoles, otro golpe a la estructura del régimen quedó al descubierto. El general Hugo “El Pollo” Carvajal Barrios, exjefe de la Dirección de Inteligencia Militar (DIM), se declaró culpable de narcotráfico y terrorismo ante la justicia de Estados Unidos. Carvajal quien fue pieza clave tanto en el gobierno de Chávez como en los inicios del régimen de Maduro, admitió haber participado en el envío de miles de kilos de droga hacia Norteamérica.
Confieso que al leer la noticia sentí algo que los venezolanos hemos perdido hace mucho: una pizca de justicia. Porque Carvajal no sólo fue criminal de Estado, sino verdugo directo de mi familia. Después de que salí del país, colocó una patrulla frente a la casa de mi madre, quien fue acosada sistemáticamente por llamadas intimidantes. También hostigaron a mi hermano Pedro, quien aún ejercía como alcalde de Caicara. Todo un operativo de psicoterror, digno de una narcotirania criminal. También nos arrebató y saqueó la finca familiar que tenía una tradición legal de más de 130 años, siendo nosotros la tercera generación que la manejaba.
Y hoy al verlo rendido ante un tribunal extranjero buscando indulgencias, solo puedo repetir, «Dios castiga sin palo ni mandador».
Ahora falta Diosdado Cabello, quien anda por ahí negando su amistad y compadrazgo con el Pollo Carvajal, siendo él uno de los arquitectos del narcochavismo, acusado también por la justicia estadounidense y por decenas de investigaciones internacionales. Su día llegará.
¿Hasta cuándo?
La pregunta sigue en el aire.
¿Cuántas más pruebas necesita la comunidad internacional para actuar con contundencia?
Lo que Álvaro Córdoba ha revelado no puede quedar como nota curiosa en la prensa. Es una bomba política, moral y judicial. La revolución bolivariana fue y sigue siendo el mayor fraude político del siglo XXI, un proyecto criminal que se disfraza de pueblo para traficar miseria, ideología, cocaína y muerte.
Desde la cárcel del exilio me alegro por esas novedades y aunque el narcochavismo aparenta tranquilidad sabemos que está herido de muerte, acorralado y solo faltan algunos tiros de gracia para acabar con la peor peste que hay en el mundo.
Con fuerza, sin miramientos y sin pausa los enfrento día y noche, con lo único que me queda MI PLUMA Y MI PALABRA
José Gregorio Briceño Torrealba
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