Hace unos días, el ministro de Interior y Justicia afirmó que “la ONU es como el apéndice en el ser humano: lo único que hace es molestar”. Esta declaración, aunque no sorprende, refleja el desprecio de quienes ven con desdén a una institución global creada para preservar la paz tras la derrota del fascismo y promover los derechos humanos universales. Lo verdaderamente sorprendente es que sectores de la población, incluso algunos autoproclamados opositores, respaldaron estas palabras.
La vieja máxima de que “los extremos se tocan” se confirma una vez más. Para quienes desconocen la voluntad popular, secuestraron instituciones y destruyen la democracia, la ONU es una molestia. Pero también lo es para aquellos que, autodenominándose opositores, idolatran a figuras como Trump, Milei o Abascal, y anhelan una improbable invasión militar a Venezuela en lugar de una transición política ordenada, pacífica y constitucional. Para ellos, el objetivo no es acabar con la violación sistemática de derechos humanos, sino cambiar el bando de las víctimas.
Las Naciones Unidas, como toda obra humana, no están exentas de imperfecciones. Sin embargo, sus agencias han documentado con rigor la crisis humanitaria compleja en Venezuela, las violaciones de derechos humanos y los posibles crímenes de lesa humanidad. Estos registros serán fundamentales para buscar justicia y reparar las profundas heridas que dividen a la sociedad venezolana.
El punto de partida de cualquier solución pacífica de la crisis venezolana es el reconocimiento de la voluntad popular, expresada el 28 de julio de 2024 de conformidad con las actas electorales. Eso implica reconocer la validez del Artículo 21 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos que reza:
“1. Toda persona tiene derecho a participar en el gobierno de su país, directamente o por medio de representantes libremente escogidos.
2. Toda persona tiene el derecho de acceso, en condiciones de igualdad, a las funciones públicas de su país.
3. La voluntad del pueblo es la base de la autoridad del poder público; esta voluntad se expresará mediante elecciones auténticas que habrán de celebrarse periódicamente, por sufragio universal e igual y por voto secreto u otro procedimiento equivalente que garantice la libertad del voto.”
En medio de la tormenta y la oscuridad, la sociedad venezolana necesita un faro que oriente a la acción. Ese faro está en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, en los pactos internacionales suscritos por la República y, más cerca de nuestra realidad, en la Comisión y la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Algunos se burlan de estas instituciones, pero ¿qué otro sonido pueden emitir las hienas?
Julio Castellanos / jcclozada@gmail.com / @rockypolitica