No se ve un alma por la calle 215. Pertenece en un barrio que se llama Cuba Libre al que ahora, incluso, cuesta llamarle barrio. Básicamente, porque no hay nadie, nadie por sus aceras, como si hubiera caído una bomba atómica. Las puertas y ventanas de las casas están cerradas y cubiertas de rejas. De los pequeños comercios solo quedan los letreros. Ni un auto, ni un taxi. Algunos ojos se asoman por las persianas al escuchar ruido de pasos, pero se ocultan en cuanto se saben vistos. En la ciudad de portuaria de Manta, en el Pacífico ecuatoriano, nadie quiere morir en el fuego cruzado.
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