
Yuleima Borja vive desde hace cinco años en La Pista, el asentamiento informal de migrantes más grande de América. La mujer, de 54 años, huyó en los años ochenta de la violencia de las guerrillas colombianas y se instaló en Venezuela. Allí hizo su vida: se convirtió en administradora de empresas y tuvo a sus hijas. Pero la situación económica se volvió insostenible. Regresó en 2015 a Colombia a vender caramelos en los buses y con eso pagaba una habitación que compartía con su hermana. Con la pandemia, ya no les alcanzaba para el alquiler. “Así fue que decidimos invadir aquí. Llegué solo con una cama plegable y una maleta con ropa. No tenía más”, cuenta ahora, sentada en su casa, un pequeño rancho cubierto por láminas de zinc y con un par de habitaciones y cocina.
Por El País
Así como Borja, miles de personas se han instalado en la última década en La Pista, que recibe el nombre por estar ubicado a lo largo de una antigua pista de aterrizaje del aeropuerto de Maicao, en el norte de Colombia. La mayoría de los más de 9.000 habitantes contabilizados en el último censo son venezolanos, pero también hay colombianos retornados e indígenas wayúu, nativos de los dos países. Viven en pequeñas parcelas de tierra cerca a los casi 1,5 kilómetros del antiguo aeródromo. Algunos tienen viviendas hechas de palos, bolsas y cartón; los más afortunados, en casas cubiertas de metal para evitar que entre la lluvia durante las inclementes temporadas invernales.
La comida es escasa y el agua lo es aún más. Por las mañanas, algunos repartidores atraviesan la zona, completamente árida, con carretillas jalonadas por burros que cargan algunos galones de agua potable y la venden a domicilio o a pequeñas tiendas informales. La precaria situación se ensaña, sobre todo, con la infancia. Muchos niños trabajan y corren grandes riesgos, principalmente en la noche, pues pocas casas tienen electricidad y no hay iluminación pública. Se convierten, según las autoridades locales, en presa fácil de la trata de personas, el reclutamiento forzoso y la explotación sexual.
Para paliar estas múltiples necesidades, varias ONG se habían instalado en la zona desde hace varios años. En el Centro Transitorio de Solidaridad (CTS), ubicado en la mitad del asentamiento, operaban hace unos meses hasta 20 organizaciones como Acnur, Unicef, el Programa Mundial de Alimentos, la Organización Internacional para las Migraciones, Save the Children, Medicare o World Vision. Hoy, el centro está abandonado. Todas las ONG cesaron sus actividades después de que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ordenara en enero el cierre de USAID, la agencia estadounidense de cooperación y, con ello, congelara la entrega de fondos de cooperación, fundamentales para el trabajo en comunidades como La Pista.
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