Para casi nadie en Río de Janeiro era un secreto que los soldados del Comando Vermelho se movían a su antojo por la zona boscosa que ocupa la hondonada entre las dos grandes barriadas de favelas que son guarida del grupo criminal carioca, que tiene tentáculos por la ciudad y casi todo Brasil. En ese terreno accidentado, cubierto por vegetación, entrenaban los narcotraficantes tácticas de tiro o de combate, hacían guardias de vigilancia y, si la policía apretaba por las callejuelas cercanas, era una ruta crucial para huir. Más de una vez las fuerzas de seguridad grabaron desde helicópteros filas de hombres armados con fusiles escapando monte arriba por la Sierra de la Misericordia. Una zona en la que históricamente la policía evitaba internarse, demasiado peligroso, incluso para los agentes más curtidos y mejor armados. Hasta el martes.
La masacre de Río de Janeiro anticipa y cambia el eje de la campaña en la lucha por la Presidencia de Brasil
La crisis se convierte en un "salvavidas discursivo" para la derecha, que aprovecha para apelar a la seguridad de los...








